La vajilla, con restos de cerdo,
ya olvidada, resplandece. Habla el abuelo
y en los ojos rezuma alcohol en 30 grados.
Él y su historia se hinchan
Mientras nosotras en la mesa vemos hacia arriba.
Un obelisco que le rasca al cielo las costillas plásticas
es él, arrancando al cielo lluvioso los recuerdos
Mi abuelo soñó, como yo, que mamaba de la teta de una diosa
y entonces me dijo: nos gusta el sabor de la ceniza.
Eso fue a las cinco de la tarde cuando su cuerpo era un grupo de mariposas migrantes
y hablaba como si cada palabra fuera una uva
que se mastica bajo el tamboreo de la lluvia sobre el techo.
Entonces,
ya rumiante de todas sus verdades,
armó un puente hacia mi abuela.
Quizás el último.