miércoles, 15 de julio de 2009

Las noches en un balcón del Virreyes

Si el hotel no existe, estoy suspendida en el aire.
Mi hueso atrapa el frío y la catedral se hunde.
De los carros y los taxis verdes
el denominador común son las estrellas
pegadas al asfalto.
En el estómago duele la noche y la luz asalta.
Los muros son colmenas tatuadas por animales prehistóricos.
Yo sólo conozco la historia que imagino:
toco la pared y los museos engullen el asombro.
Beso los cuerpos, las huellas de los cuerpos;
Los exprimo como frutas celestiales.
Cierro los ojos.
Yo te miro a vos, a quien adoro.
A lo lejos, como yo, prendido del aire.
Ese es el veneno, mirarte mientras conozco,
colgado de una nube rota o fantasmal, en una ciudad que me traga.
Se respira agua, agua respiro,
y hay un placer que flota más allá de los rostros
y sobre las arrugas.
Qué frío hace y yo soñando agua entre mis manos pequeñas.
Esas, donde cabés milimétrico a pesar del nubarrón y la ciudad oscura
a pesar de la altura de este sueño amniótico.

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